Células verdes

El mercurio: de remedio universal a veneno prohibido

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Durante siglos, el mercurio fue uno de los pilares de la medicina. Se le atribuyeron virtudes casi milagrosas y se empleó como tratamiento seguro en las más diversas dolencias. Contra la sífilis, desde el siglo XV hasta bien entrado el XX, se aplicaban fricciones, ungüentos o inhalaciones que provocaban salivación, interpretada como señal de curación. En los siglos XVIII y XIX, el calomelanos, un cloruro de mercurio, se recetaba como purgante y diurético. Se usó también contra la sarna, los piojos y otras afecciones cutáneas, en colirios para las conjuntivas inflamadas, y como desinfectante local. Ya en el siglo XX, los diuréticos mercuriales se prescribían en casos de insuficiencia cardíaca y edemas. Incluso se añadía en tónicos destinados a problemas digestivos o nerviosos.

A esta lista se suma un uso aún más cercano: las amalgamas dentales. Desde mediados del siglo XIX, millones de personas han llevado empastes hechos con un 50% de mercurio. Solo recientemente, la Unión Europea ha decretado su retirada total, al reconocer sus riesgos para la salud y el medio ambiente.

Lo que ayer se consideraba seguro, hoy sabemos que era tóxico. La historia del mercurio en medicina es la historia de cómo la ciencia, una y otra vez, abrazó con entusiasmo tratamientos que más tarde debió prohibir. Se repetía el mismo patrón: primero el fervor y la aceptación generalizada; después, la acumulación de indicios inquietantes; finalmente, la prohibición.

Esa memoria debería enseñarnos cautela. Porque el mercurio no ha desaparecido por completo de la escena médica: compuestos como el tiomersal, un derivado que contiene etilmercurio, se sigue utilizando en la actualidad como conservante en vacunas. A pesar que existe evidencia sólida de su peligrosidad y de su relación con la epidemia de autismo, las autoridades sanitarias sostienen que no existe evidencia de toxicidad a las dosis utilizadas. Sin embargo, la historia invita a una reflexión incómoda: ¿no deberíamos permitir que se estudie de manera abierta e independiente, en lugar de descalificar de inmediato a quienes plantean dudas?

El mercurio ya nos dio una lección. Nos mostró cómo la seguridad de una época puede convertirse en el veneno de la siguiente. Si aprendemos algo de esa experiencia, no debería ser la censura, sino la investigación rigurosa. Porque solo así la ciencia honra su promesa: protegernos no solo de las enfermedades, sino también de sus propios errores.

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