Intelectuales de izquierda que transitan del desencanto político a la deserción de lo humano

Rita Segato y Franco “Bifo” Berardi son intelectuales de izquierdas que, tras décadas de militancia y producción teórica, hoy se sitúan en un horizonte de escepticismo radical. No han abandonado su sensibilidad crítica frente a la injusticia, pero ya no confían en que partidos, sindicatos o proyectos colectivos puedan ofrecer una salida a los problemas de este mundo. Su trayectoria refleja lo que podría llamarse un “pesimismo de izquierdas”: todavía denuncian las violencias del capital y del patriarcado, pero sin creer en la posibilidad de un proyecto emancipador universal.
Rita Segato (Buenos Aires, 1951) es antropóloga feminista, profesora e investigadora con una extensa carrera en Argentina y Brasil. Se ha convertido en una de las voces más influyentes de América Latina al estudiar fenómenos como la violencia de género, el feminicidio y la colonialidad del poder. Sus libros Las estructuras elementales de la violencia y Contra-pedagogías de la crueldad han marcado un giro crítico al mostrar cómo la crueldad se instala como pedagogía social en el capitalismo contemporáneo.
Franco “Bifo” Berardi (Bolonia, 1949) es filósofo, escritor y activista, procedente del autonomismo italiano de los años setenta. Participó en radios libres, colectivos estudiantiles y luchas obreras, y su obra explora la mutación del capitalismo hacia la financiarización y el control de la mente a través de los medios digitales. En textos como La fábrica de la infelicidad, Fenomenología del fin o Futurability, su reflexión se centra en cómo la automatización y la comunicación digital reconfiguran la política y la subjetividad.
Tanto Segato como Berardi comenzaron militando en espacios vinculados a la transformación social. Sin embargo, sus experiencias históricas los han llevado a desconfiar de las formas clásicas de lucha. En América Latina, Segato observó cómo incluso gobiernos progresistas terminaron reproduciendo lógicas extractivistas, militarizadas y patriarcales. De allí su convicción de que no se trata de “tomar el poder”, sino de “desmoronarlo”. En Europa, Berardi constató que sindicatos y partidos de izquierda ya no tienen capacidad de enfrentar la precariedad cognitiva y la financiarización, lo que lo llevó a declarar el agotamiento del paradigma obrero clásico.
Ambos coinciden en que esta crisis no es circunstancial, sino estructural. Segato interpreta que el Estado moderno está atravesado por la colonialidad y el patriarcado, lo que lo vuelve inevitablemente funcional a la concentración de poder económico. Denuncia que los progresismos latinoamericanos permanecen atrapados en la lógica del extractivismo y que incluso el sistema internacional de derechos humanos ha sido vaciado y convertido en retórica al servicio de los poderosos. Berardi, desde otra tradición, explica que el capital financiero gobierna por encima de los Estados, y que las grandes corporaciones tecnológicas no solo controlan la economía, sino también la producción de subjetividad a través de la saturación mediática. A ello suma la emergencia del filantrocapitalismo y el globalismo corporativo, que desplazan a la política democrática de sus funciones históricas.
Ante este panorama, ninguno ve alternativas políticas claras. Segato apuesta por lo comunitario, las tramas de cuidado y los feminismos, aunque reconoce la fragilidad de estas prácticas frente al poder global. Berardi, por su parte, diagnostica una “era de la impotencia” en la que incluso la protesta masiva se convierte en espectáculo sin consecuencias. Sus escritos más recientes sugieren una retirada hacia espacios de afecto y poética más que hacia proyectos políticos capaces de revertir la situación.
De allí deriva el paso más radical: la deserción del horizonte humanista. Segato, confrontada con la violencia feminicida y con los genocidios contemporáneos, sostiene que la era de los derechos humanos ha llegado a su fin. Ha llegado a definirse como “ex-humana”, en rechazo a una especie que ha naturalizado la crueldad y la exhibe como espectáculo. Berardi, marcado por el colapso ecológico, financiero y bélico, sostiene que la humanidad ha perdido su capacidad de construir futuro. Habla de un “nacionalsocialismo global” y de un capitalismo suicida que arrastra a la especie entera.
En ambos casos, el recorrido es claro: del entusiasmo militante al desencanto profundo, del compromiso con la transformación social a la sospecha de que incluso la noción de humanidad se ha agotado. Segato y Berardi ofrecen así un diagnóstico implacable de nuestro tiempo: un mundo gobernado por el capital corporativo, con Estados subordinados y movimientos políticos neutralizados. Ante ello, solo parecen quedar resistencias parciales, comunitarias o afectivas, pero ya sin fe en la política ni en la especie humana.
